martes, 16 de junio de 2015

Discurso para las familias de Doña Pura Alarcón, jueves 11 de junio de 2015.

Buenos días:

Gracias por estar aquí acompañándonos en este año tan importante para nosotros pues no en vano hemos llegado a los 50 años. Una cifra que da vértigo solo de pensarlo, a la vez que nos sentimos orgullosos por ser la 1ª entidad de Ávila y de la provincia que llega a esta meta tan importante.
Atrás quedan muchos días, semanas y años de esfuerzos y angustias, muchos minutos de reflexiones y, sobre todo, muchas personas que creyeron en lo que otras gentes consideran causas perdidas.
Hoy toca tener memoria histórica y retrotraerse en el tiempo. Hoy toca rendir homenaje a los que no lo tuvieron fácil a la hora de emprender un camino tortuoso y con muchas curvas hasta llegar aquí, al lugar en que nos encontramos.
En 1965 Ávila era una ciudad con pocos recursos económicos, lo cual ocasionaba que dentro del entorno familiar se atravesara por situaciones delicadas. Excuso decir las situaciones por las que pasaban las familias con personas con discapacidad psíquica, en aquella época los tan mal llamados subnormales, deficientes, etc...
Son años duros y sin ningún tipo de cobertura, o muy poca, por parte del Estado. No hay servicios sociales.
Es la época en la que la Iglesia desempeña un papel importante para ayudar a personas necesitadas. La iglesia de Ávila, a través de D. Bernardo Herráez, delegado de Cáritas Ávila, acompañado por D. Alfredo Abella y D. José Santacana decidieron buscar soluciones para las personas con discapacidad.
Y después de arduos trabajos y largas noches de insomnio, aquel mes de junio de 1965 vieron realizado su sueño: el Centro de Educación Especial Santa Teresa de Martiherrero estaba en marcha y ya no era un sueño sino una realidad.
En esos años no se hablaba de calidad de vida; primero había que darles una vida digna y considerarles personas iguales a los demás.
Ahora podría contarles todas las cosas que hemos hecho durante estos años, pero esta vez no lo voy a hacer. Lo más importante fue ponerlo en movimiento hace 50 años. Ahora prefiero hablar de Vds. Y de la relación que tienen con sus hijos, hermanos o familiares que viven aquí con nosotros. Quiero que por un momento piensen en la personalidad de cada uno de ellos, en la educación y en los valores recibidos en la familia.
Aquí viven personas que son felices con muy pocas cosas. No son consumistas. No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.
Les pediría que, por un momento, se pararan a valorar más las relaciones afectuosas con sus hijos o hermanos, que valoraran más la buena convivencia cuando van a casa, hacerles pasar un día agradable, disfrutar de las cosas más simples y normales que puedan hacer con ellos. ¿Se han propuesto alguna vez, cuando están con ellos, ser más alegres, entusiastas y positivos?
¡Ojalá sean Vds. capaces de poner mucho más interés en valorar su amistad, su amor, la generosidad que poseen, su optimismo y su bondad! Disfruten de las cualidades que tienen y no añoren las que no tuvieron. Son Vds. y nadie más que Vds. los que tienen que decidir la actitud que quieren tener ante ellos.
No permitan Vds. que una mala experiencia les afecte y les cambie para toda su vida. Si no pueden Vds. cambiar las circunstancias que les rodean, traten de aceptar su realidad y asumirla. Así podrán recuperar la paz interior y la alegría de vivir.
¡Ojalá sean Vds. conscientes de lo importante que son para estos chicos! Son sus referentes, sus guías y sus ejemplos a seguir por ellos.
El buen ejemplo que puede darle la familia y los que formamos a estas personas, es la mejor escuela que pueden tener. Vds. son el espejo donde ellos se miran. A Vds. les admiran y les aseguro que para eso se necesita grandeza, humildad y generosidad.
Ser padres o tutores de personas dependientes no solo es un título, conlleva unas obligaciones éticas y morales muy fuertes y extremadamente delicadas. Una persona con discapacidad intelectual se integra en la sociedad tanto en cuanto se lo permita su entorno familiar que, contradictoriamente a veces, son los que menos creen en las capacidades de estos seres humanos.
¡Ojalá todos Vds. aprendan a no perder nunca la sonrisa de la esperanza. Deberíamos aprender el arte de comprender a cada uno según su individualidad. Nuestras obligaciones para con estas personas son sus propios derechos.
Señores y señoras hemos recorrido un gran camino y entre todos, Vds. y nosotros, hemos construido una estructura muy importante, una estructura con forma de casa y con unos cimientos muy sólidos. Están muy fortalecidos porque han soportado envites llenos de dureza y amargura. El trabajo a veces ha sido extenuante, pero, eso sí, nunca tanto ni con tantas preocupaciones como las vividas hace 50 años por D. Bernardo Herráez y D. Alfredo Abella para poner en funcionamiento esta gran obra con mayúsculas.
Este proyecto funcionó hace 50 años porque personas con mucho corazón y coraje y con un sentimiento muy fuerte de servicio a los demás se entregó a una causa noble y necesaria.
También funcionó porque un grupo de padres creyó en ellos, les sintió cerca, les abrieron sus puertas, pero no solo de sus casas, abrieron las de su corazón en unos momentos donde la angustia y el desasosiego eran las únicas cosas con las que contaban.
A lo largo de estos 50 años han pasado por aquí miles de familias, confiando en nosotros lo más querido por ellos: sus hijos.
A todos los que han tenido y tienen relación con la Casa Grande de Martiherrero: Gracias por haber estado y estar ahí. Gracias por considerarse parte de esta familia, que no es ni más ni menos que una más entre tantas y tantas que nos dedicamos a lo mismo.
Martiherrero no es ni mejor ni peor que los demás. Es una familia que está viva, con virtudes y muchos defectos, pero, sobre todo, llena de ilusiones, proyectos, buenos propósitos y donde se respira mucho amor hacia todos los que la formamos. Y tengan en cuenta que Vds. también forman parte de ella. ¡Cómo no la van a formar si compartamos el mismo objetivo: nuestros chicos y chicas de la Casa Grande!. Ellos son nuestro motor y nuestro mayor trofeo.
Por todos los miles de chicos que han pasado por esta casa ha merecido la pena trabajar y continuaremos haciéndolo porque este proyecto humano y solidario, que se conoce como la Casa Grande de Martiherrero, lo merece y lo vale.
Hoy más que nunca Santa Teresa de Martiherrero, la Casa Grande, necesita hacer historia y gritar a los cuatro vientos que está viva desde hace exactamente 50 años. Es cierto que a lo largo de su historia la han herido algunas veces, pero es fuerte como todos los gigantes y tiene cimientos duros, capaces de soportar lágrimas y melancolía.
Mientras la sociedad nos necesite y mientras Vds. quieran, esta fundación de la Diócesis de Ávila seguirá a su servicio. Fue la primera en vislumbrar la necesidad y es de justicia reconocerlo. Los documentos históricos lo atestiguan y la sociedad abulense debiera reconocerlo por respeto a los fundadores y, sobre todo, por cariño a los miles de personas educadas en esta casa.
Señores y señoras entre 1965 y 2015 solo han pasado 50 años. Las personas pasamos, pero esta Institución que en 1965 abrió una ventana y que hoy tiene muchas puertas, permanecerá unida para siempre a la sociedad abulense. Este es su honor y orgullo.